La subida del bitcoin es un hecho e incluso planea sobre recursos como el oro, que ve peligrar ese valor intangible, fácil de transmitir, sin rastro. Incluso los bancos tradicionales entran en el ecosistema del bitcoin, permitiendo su compra-venta.
Está claro que el uso del bitcoin minorista está en alza y pronto será capaz de hacer sombra a otros sistemas. Básicamente porque el último o de los últimos sesgos entre el retail y la venta online es la trazabilidad de los pagos. Si vivimos en una sociedad donde las compras y ventas en B son tan habituales que en muchos entornos no ofrecen otro tipo de pago que no sea en metálico, “…no funciona el lector…”, “..el sistema parece que no va…”, “…no hay internet…”, el bitcoin permite hacer algo parecido en la venta online: evitar el rastro. Además existe todo un catálogo de criptomonedas, que irá creciendo, quieran o no quieran los gobiernos, y será la próxima gran batalla fiscal. No la mal llamada tasa Google o la búsqueda de los ingresos no declarados, será la imposibilidad de controlar el medio de pago que use la gente. El intento de Facebook de usar su propia moneda lo lanzó contra el muro del control de los medios de pago, y lo puso en la picota de su propio éxito. Pero será el usuario, ese anónimo votante que necesita de los impuestos, el que buscando su individual beneficio, acreciente la compra-venta de algo que nadie puede perseguir en un trueque digital y moderno, que hará que los sistemas financieros sean estimativos y desiguales, y no centrados en gravar lo que se ve.
Las tiendas online ya lo usan y es una anécdota simpática, en sus sistemas de pago, o al menos en apariencia. ¿Cómo demostrar que has cobrado en bitcoin? Y sobre todo con una generación que adora en virtualismo de los “games” y sus formatos, que no teme invertir euros en fichas de casino, porque está acostumbrado al trasvase, y donde los cupones, los códigos descuento, las tarjetas de regalo de grandes ecommerce, son el medio de acrecentar una promoción o consensuar un descuento. El ejemplo claro es Amazon, que ofrece a través de multitud de empresas, sus códigos promocionales. Es casi como dinero, por no decir dinero. Si es seguro que compraré en Amazon, y el descuento que me ofrecen no es dinero, es un código descuento por un importe X de Amazon, ¿por qué no aceptarlo?. Ahora bien, el gasto es Y, con su IVA, y el descuento es X, sobre la compra de algo no fiscalizado, sin IVA y sin posible asociación con un gasto. ¿Hay fraude?